Destinada a la recopilación de laberintos y disecciones narrativas. Astros y materia oscura para las nuevas descripciones del universo.
El autor
Huilo Ruales Hualca (Ibarra, Ecaudor 1947)
Narrador y poeta. Ha publicado Y todo este rollo también a mí me jode (Cuentos), Loca para loca la loca (Cuentos), Fetiche y Fantoche (Cuentos), Historias de la ciudad prohibida (Cuentos). Maldeojo (Novela). Cuentos para niños perversos (relatos). Poesía: El ángel de la gasolina. Tres de sus piezas de teatro han sido llevadas a escena: Añicos (Grupo Malahierba, Quito, Ecuador); El que sale al último que apague la luz (Groupe La Piscine, Dunkerke, Francia); Satango (Groupe Cornét a Dés. Toulouse,Francia). Su novela Maldeojo ha sido traducida al alemán (Editorial Horlemann). Ha obtenido varios premios entre los que se destacan: Premio hispanoamericano Rodolfo Walsh (1982) Premio Ultimas noticias(1984). Premio Joaquín Gallegos Lara (1987) Premio nacional de literatura Aurelio Espinoza Pólit(1994). La versión alemana de Maldeojo fue una de las dos obras latinoamericanas seleccionadas para integrar Literatureklub del año 2000.
2.-Biografía fantasma
Mario Bellatin (Ciudad de México 1960)
1.-La Jaula de los Esperpentos
(Narrativa Latinoamericana actual)
3.-Muestra gratis
Huilo Ruales (Ecuador)
EXTRACTO
La Lolita de nosotros provecho de otros
Me llamo Dolores Valdivieso y no
soy nadie. Mis padres murieron en un accidente de avión cuando los aviones
tenían hélices. El caso salió en la Vistazo número 27 de diciembre del 70. Ése es
uno de los pocos números de la revista que no tuvo necesidad de una chica
semidesnuda en la portada. Se vendió todo el tiraje en menos de lo que canta un
gallo, gracias al accidente de Aerokito, la línea que sube al infinito. Mis
papás y yo salimos en la página 36. Ellos están juntos, semisonreídos y yo, a
un lado, estoy sentada junto a un oso de peluche más grande que yo. Es una de
las cien fotos de mi bautizo. Mis abuelos me dijeron toda la vida que el caso
fue sonadísimo y que dentro de ello lo más sonado fue nuestro caso. No sé si me
explico. El accidente hizo noticia en el mundo por varias razones: primero,
porque batió el récord de muertos (igual que si se hubieran estrellado tres
aviones llenos de pasajeros); segundo, porque era el primer accidente en el
nuevo aeropuerto quiteño (como quien dice, fue el accidente inaugurador) y
tercero, porque era la primera vez en la historia de la aviación mundial que un
avión causaba tanta desgracia humana y material sin haber descolado más arriba
de unos cinco metros. Y así fue. El avión de Aerokito atravesó la pista, se
levantó una gota como para pasar el alambrado del lado norte y en lugar de
subir al infinito empezó a rebotar encima de El Rosario, Los Claveles, la
Kennedy, Cotocollao. Se paró de aplastar como cucarachas a casas, autos y
gentes (casi todas las víctimas fueron sorprendidas en la cama y en el baño),
solo cuando se estampó con un depósito de venta de cilindros de gas. El resto
ya se pueden imaginar. La explosión o explosiones se oyeron hasta en el casco
colonial. Decían que desde arriba se veían los barrios escombrados como si en
el norte de Quito hubiera caído no un meteorito sino un planeta.
Todo esto lo supe años más tarde. Yo casi no sufrí nada por la
muerte de mis papás, o por lo menos no me acuerdo. Mis abuelitos cubrieron mi
vacío bastante bien. Eran unos santos, de lo que yo me acuerdo. Lo malo era que
ciertas fechas amanecían viejísimos. Sobre todo cuando eran fiestas en la
escuela y todo mundo llegaba con sus papás. La verdad no me habría costado
mucho tener solo abuelitos sino fuera por un incidente que me marcó, digamos, para
siempre. Un incidente que más que otra cosa propició lo que sería mi vida
después. Por primera vez sentí con todas las fuerzas el deseo de morir y fui
llorando, o más bien sollozando, que para mí es peor, desde la escuela a la
casa, es decir unas quince cuadras, es decir casi una hora. La culpable fue una
compañera a quien no he podido olvidarla, incluso se me aparece en sueños y
siempre con el uniforme de la escuela y sus dos trenzas negras. Alguna
contradicción en un juego que ya no recuerdo nos puso en pugna. Lo cierto es
que la empujé y ella perdió el equilibrio y se cayó en el patio en medio de
risotadas. Yo no me reí, más bien me asusté y estiré la mano para ayudarla a
levantarse. Ella me rechazó, se puso de pie sola y se acercó como si fuera a
pegarme. Yo cerré los ojos y metí mi cabeza entre las clavículas. Me dio un
pellizcón en el brazo que no me dolió nada porque lo que me dolió para siempre
es que me dijo ¡huérfana! No me dijo nada más. Huér-fa-na, demorándose en cada
letra, en cada sílaba, en el acento de la segunda sílaba, demorándose en la
última “a”. Huérfana, me dijo como el más grande insulto. Como a otra compañera
que era gorda le decían Plastona, o como a otra que se llamaba Nancy y que era
coja le decían Patoja. Peor que eso. Yo me enfermé de la impresión, pero no
sabía por qué: si por no tener papás que en ese rato me hicieron falta de un
golpe o porque me venía de enterar que ser huérfana resultaba como ser coja,
como ser anormal. Tanto me hizo daño que tuve pánico de volver a la escuela
pensando que iba a encontrarme con ella. Naturalmente, soñé dormida y despierta
con el instante en que yo entraba a la escuela, que era mucho más grande que la
real, y desde la entrada hasta el patio yo atravesaba una calle de honor hecha
con cientos de niñas que desde los dos costados me gritaban ¡huérfana!,
¡huérfana!, ¡huérfana! Creo que de puro terror a esta posibilidad, que para mí
era casi un hecho, tuve fiebre y felizmente no fui a la escuela. Por ese
tiempo, el abuelito ya estaba muy enfermo y con frecuencia lo llevaban al
hospital, creo que para las sesiones de quimioterapia de donde volvía por lo
menos después de tres días. La abuelita, por esa razón, andaba sufrida y
concentrada en atenderlo. Cómo, entonces, podía contarles lo que me pasaba, si
era un asunto de menor importancia. Además, yo, para ese entonces, ya me había
vuelto solitaria y casi a tiempo completo vivía dedicada a la tarea de rehacer
el mundo sirviéndome de la soledad y de mis muñecas. En otras palabras, llevaba
algo así como una doble vida. En la vida dos, que era la de mi intimidad y mis
secretos y mis fantasías, cupo como un alacrán vivo entre sortijas plásticas
este incidente. Lo cierto es que llegó el maldito lunes siguiente y, como ya no
tenía fiebre, estuve obligada de ponerme el uniforme, tomar el carril,
despedirme de la abuelita que estaba sola, y encaminarme por la calle de
siempre. A cada paso iba rogando que un auto me atropelle, que un avión de
hélices caiga sobre la escuela, que un incendio la convierta en cenizas. Cuando
ya me faltaba solamente una cuadra la angustia empezó a estrangularme y el
estómago a aflojárseme, así es que torcí de ruta y fui caminando apresurada
como si me persiguieran rumbo el centro histórico. Mientras me iba alejando de
la escuela y penetrando en las calles llenas de tanta gente y buses y almacenes
y ruido, fui recuperando la tranquilidad. Me sentía mareada, como si no fuera
yo quien estuviera metida en mi uniforme, en mi cuerpo de escuelera. Las calles
parecían un carrusel que giraban en torno mío. Así, fui entrando y saliendo de
almacenes, de iglesias, de teatros y de plazas. Me bajé de esa suerte de
carrusel solo a causa del dolor de las piernas y del hambre, y más que nada
cuando vi, entre tanta pierna caminando, faldas celestes a cuadros, sacos y
medias azules, que eran el uniforme de mi escuela. Entonces sí, empecé a buscar
dónde estaba mi calle, la calle Cuenca que me llevaba directo, bien directo, hasta
mi casa. Me demoré un poco en hallarla, pero no resultó un mayor problema. En
la casa ni siquiera estaban los abuelitos sino la Rocío, que era la empleada.
En la noche, otra vez empecé a tener miedo de volver a la escuela, pero cómo
pedir que me cambiaran a otra, eso era imposible. Cuando me desperté en la
madrugada sabía ya que esa mañana, cinco cuadras antes de llegar a la escuela,
volvería a desviarme y a perderme voluntariamente en la multitud, en la
estridencia loca del centro de Quito. Y así fue. Recorrí, más maravillada que
la víspera, los almacenes, las iglesias, los mercados, hasta que llegué sin
buscarlo al parque infantil de La Alameda en donde me esperaba un columpio.
Entonces, apareció sonreído y sudoroso aquel hombre del impermeable.
El autor
Huilo Ruales Hualca (Ibarra, Ecaudor 1947)
Narrador y poeta. Ha publicado Y todo este rollo también a mí me jode (Cuentos), Loca para loca la loca (Cuentos), Fetiche y Fantoche (Cuentos), Historias de la ciudad prohibida (Cuentos). Maldeojo (Novela). Cuentos para niños perversos (relatos). Poesía: El ángel de la gasolina. Tres de sus piezas de teatro han sido llevadas a escena: Añicos (Grupo Malahierba, Quito, Ecuador); El que sale al último que apague la luz (Groupe La Piscine, Dunkerke, Francia); Satango (Groupe Cornét a Dés. Toulouse,Francia). Su novela Maldeojo ha sido traducida al alemán (Editorial Horlemann). Ha obtenido varios premios entre los que se destacan: Premio hispanoamericano Rodolfo Walsh (1982) Premio Ultimas noticias(1984). Premio Joaquín Gallegos Lara (1987) Premio nacional de literatura Aurelio Espinoza Pólit(1994). La versión alemana de Maldeojo fue una de las dos obras latinoamericanas seleccionadas para integrar Literatureklub del año 2000.
2.-Biografía fantasma
Mario Bellatin (México)
EXTRACTO
1.-Biografía fantasma
Ahora, precisamente en este momento, estaba tratando de
describir parte de la angustia que debió de sentir mi abuela cuando destruyeron
su casa para construir –en medio de la ciudad– una vía rápida, a la cual bautizaron
como el by pass.
Estuvo dentro,
realizando su rutina habitual, hasta el día anterior a quela obligaran a salir
a la fuerza. Al aparecer en la entrada, frente a las grandes máquinas que
aguardaban para empezar su labor, dio la impresión de ser una vieja dama –lo
era en realidad– acompañada de una perra. En esa época la raza –se trataba de
una spaniel– era poco común en nuestra comunidad.
Al día siguiente regresé a la demolición. Encontré a mi padre
tratando de negociar algunas puertas y ventanas que habían sobrevivido a la
tragedia. Esas puertas y ventanas seguramente habían pertenecido al cuarto que,
tanto él como sus hermanos, habitaron desde niños. En aquella habitación mi
padre fue acusado de homosexual por una mujer mala, que tiempo después se casó
con un pariente de la familia. Era curioso apreciar –enel álbum de fotos–
algunas imágenes de aquella boda. De la novia se veía sólo una porción del
brazo. La figura completa había sido arrancada, seguramente con la intención de
abolir su recuerdo. En las fotos se apreciaba al pariente desposado, vestido
para la ocasión, tomado de la mano por un brazo interrumpido. En esas imágenes
violentadas aquel pariente daba la sensación de estar casándose consigo mismo.
Algunos años más tarde instaló una granja de pollos en lo alto de una montaña.
En esa especie de granja, se trataba más bien de un minúsculo
galpón ubicado en un barrio marginal, aquel pariente parecía feliz, sobre todo cuando
realizaba en mi presencia cierta prueba, donde se demostraba cómo cualquier ave
con características diferentes a las ordinarias en su especie, era picoteada
por las demás hasta morir. Solía conducirme al área de los pollos recién
nacidos y ataba una tirita roja a la pata de alguno escogido al azar. Lo
soltaba luego entre la multitud.
En la foto, el pariente mantenía un vaso de licor en la mano.
Nunca entendí por qué causó tanto revuelo la acusación que profirió la mujer
mala. Yo me enteré después de quince años de formulada. Parece que fue hecha cuando
mi padre todavía era soltero.
Al día siguiente, cuando regresé junto a mi padre a la casa
derruida, noté que algunos de los aparatos del baño estaban en medio de la
acera. El excusado, el lavabo y la tina. En esa casa no se contaba conbidets.
En ese momento, un hombre se disponía a subirlos a una carretilla .
A partir de entonces, la gente saqueó lo que mi padre –quien
decidió abandonar la vigilancia de la propiedad– no pudo comercializar. Noté, entre
un grupo de objetos, parte de la cabecera de la cama donde mi padre descubrió
muerta a su tía preferida. Dicen que cuando la hallaron estaba con el pecho
manchado de sangre y mostraba una extraña mueca. Hace relativamente poco tiempo
descubrí que las medicinas modernas contra la tuberculosis empezaron a
utilizarse desde el año cincuenta y cinco. La tía de mi padre murió tiempo
después. ¿No contaban en ese entonces con los recursos suficientes para
adquirir aquellos remedios?
El autor
Mario Bellatin (Ciudad de México 1960)
Es
un escritor mexicano, cuya novela Salón de belleza figura en el número 19 de la
lista seleccionada en 2007 por 81 escritores y críticos latinoamericanos y
españoles de los mejores 100 libros en lengua castellana de los últimos 25
años. Ha publicado , entre otros, los libros : Mujeres de sal, Editorial
Lluvia, Lima, 1986; Efecto invernadero, Jaime Campodónico Editor, Lima, 1992;
Canon perpetuo, Jaime Campodónico Editor, Lima, 1993; Salón de belleza, Jaime Campodónico
Editor, Lima, 1994 (Tusquets Editores, México D. F., 1999); Damas chinas,
Ediciones El Santo Oficio, Lima, 1995 (Editorial Anagrama 2006); Tres novelas,
Ediciones El Santo Oficio, Lima, 1995, El jardín de la señora Murakami,
(Tusquets Editores, México D. F., 2000); Flores, Matadero-LOM, Santiago de
Chile, 2000 (Anagrama 2004); Shiki Nagaoka: Una nariz de ficción, Editorial Sudamericana,
Barcelona, 2001; La escuela del dolor humano de Sechuán, Tusquets Editores,
México D. F., 2001; Jacobo el mutante, Aguilar / Alfaguara, 2002; Perros
héroes, Alfaguara, 2003, Anagrama, 2005; Underwood portátil modelo 1915, Sarita
Cartonera, Lima, 2005, La jornada de la mona y el paciente, Almadía, 2006;
Pájaro transparente, Mansalva, 2006, “rearmado de obras anteriores”, El gran
vidrio, Anagrama, 2007; Condición de las flores, Entropía, 2008; Los fantasmas
del masajista, Eterna Cadencia, 2009; Biografía ilustrada de Mishima, Entropía;
Matalamanga, 2009, El pasante de notario Murasaki Shikibu, Editorial Cuneta,
Santiago de Chile, 2011; Disecado, Sexto Piso, México, 2011; La clase muerta, Alfaguara,
México, 2011; El libro uruguayo de los muertos; Sexto Piso, México, 2012.
Finalista del Premio Médicis 2000 a la mejor novela extranjera publicada en
Francia, Premio Xavier Villaurrutia 2000 por su novela Flores, Beca Guggenheim,
2002, Premio Mazatlán de Literatura 2008 por su novela El gran vidrio
Su obra sostiene una apuesta personalísima –por no decir experimental, término que el autor denosta por considerar que “suele ser usado para estandarizar en un mismo molde todo lo que no sea costumbrismo”–, que cosecha cada vez más loas críticas y lectores fieles por mantenerse coherente con su propio universo. “La escritura por y para la escritura”, dice el autor de magníficas novelas breves como Salón de belleza (finalista del Premio Medicis a la mejor novela extranjera publicada en Francia en 2000), o Perros héroes. “La autoría no importa demasiado. Lo que importa es el texto, la posibilidad de que el texto pueda existir a pesar de las circunstancias en que fue escrito y los motivos que lo impulsaron”. Su literatura se aboca a una inmediatez, a una pureza de la creación en palabras: sus libros, como El gran vidrio, editado en Anagrama, van directo a la escena forjada por la originalidad que hace al relato, y prescinden, por lo general, de referencias tanto espacio temporales como culturales, metiendo al lector en un universo ficticio puro, si cabe.
Agustin J. Valle - Entrevista para almamagazine.com
Diana Varas Rodríguez (Ecuador)
EXTRACTO
4.-CAJA PAYASA
A Andrea Crespo Granda, mi siamesa
Ha de ser lindo ser prostituta. Estoy de pie junto a un poste por algún lugar del centro que todavía no identifico, no espero a nadie. Las luces se estrellan contra mí a más de 60km por hora. Mi cuerpo se vuelve de colores y se embalsama en la acera, mórbido y ausente, como los restos de un cartel de propaganda política de un candidato que ya ha perdido. No puedo evitar imaginar que un carro se desvía de su carril y me arrastra. La calle se volvería una lija y yo una fruta.
Me gustan las frutas. Mi hora de salida es cuando los semáforos se descolocan. Soy de la hora amarilla, del guiñar sexy yellow del semáforo. Dos postes más allá está un hombre que habla enojado con otro poste. Los objetos hablan y tiene todo el derecho de discutir lo que le venga en gana. Sigo viendo las luces que ahora son ojos, que ahora son manos, que ahora son bocas. Si escuchara un poco de música hasta me movería un poco. Cierro los párpados. Me encuentro en un concierto insomne, encandilado. Todo es rojo. Percibo cómo cambian las sombras mientras zumban los autos cuando pasan. Siento que alguien está abanicando su mano cerca de mi rostro para despabilarme. Todo esfuerzo es inútil.
Siempre tuve la afición de observar ventanas. Tienen la misma función que las tapas de alcantarillas: ocultan la catástrofe que vive dentro. Son los respiraderos de los amantes monótonos, los portales de vida para los suicidas.
Por aquí hay varias ventanas. La más cercana está casi al pie del piso, enrejada. Es la típica ventana detenida en el tiempo, puedo ver luces de Navidad que cambian de colores alrededor de unos santos en pleno septiembre; fotos de niñas y un portarretrato vacío. ¿Quién vivirá dentro? ¿Algún chaparro pedófilo?, ¿un jorobado con varias nietas o un inválido que necesita mirarlo todo desde más abajo? Los seres humanos
somos posibilidades latentes, hasta después de muertos. Cada ventana es un relato de esa posibilidad.
somos posibilidades latentes, hasta después de muertos. Cada ventana es un relato de esa posibilidad.
En el edificio del frente, en el segundo piso, logro ver un hombre; que también puede ser un objeto que parece un hombre. Creo que es un voyeur. Lo percibí desde que llegué. Calculo que se ha hecho la paja 5 veces, mirándome. Yo me he hecho la loca. Si el está en su casa, tiene todo el derecho de hacer lo que sea. Aunque prefiero pensar que es una planta de decoración voluptuosa, pero lo de la paja está bueno. El semáforo se ha vuelto un payaso de circo, se columpia porque está de vacaciones. Ya casi no pasan carros, del otro lado de la calle veo una caja de cartón que se arrastra sola por la vereda, zags, zags, zags; se detiene y sigue, zags, zags, zags. Tres veces.
El hombre del poste está extraño. Sus ojos se han vuelto más grandes que su cara. Veo cómo su boca aprieta su puño entero hasta sangrar; tiembla, se retuerce como si hubiera recibido una descarga. Cae al piso. Su cuerpo empieza a crecer, tiene 3 metros ahora y sigue moviéndose, con espasmos más lentos. Se ha comido toda su mano, su muñón me señala mientras se chupa los huesos.
¡Anda!, ¡anda!.- me dice con una voz endemoniada y fantástica, reteniéndose la rabia y la espuma. Cruzo sin pensarlo y me meto en la caja. Qué buena forma de ahorrarme los gastos mortuorios.
La autora
Diana Varas Rodríguez (1984)
Licenciada en Comunicación Social con mención en Redacción Creativa. Realizadora del documental A imagen y semejanza (2008) que trata sobre las transgéneros y sus acciones por legitimizarse como seres ciudadanos, exhibido el mismo año en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana y en el Festival Diversa, de Buenos Aires. Ganadora de la beca de creación del FONCA y AECID por su documental Colgados (2012). Tiene en camino dos nuevos proyectos documentales y un libro de cuentos.